miércoles, 19 de enero de 2011

Hotel cinco estrellas

Vacaciones granadinas.
Durante los últimos días del año que se nos escapó de las manos, me elogiaron, entre otros, por mis servicios de camaradería. Le hice la cama a dos personas. Una de ellas me dio un par de besos fuertes, fuertes porque ya no se le escaparían los pies, como decía mi abuelo,  por debajo de las cobijas, y sus sueños de princesa no estarían desabrigados.
La otra, un poquitito mayorcita ya, manifestó su agradecimiento besándome apasionadamente en los labios - exactamente como me gusta a mí - y lo sintetizó diciendo:
- ¿Quieres que te diga una mentira? Nunca en mi vida me hicieron la cama así.
- No te creo, respondí.
-Bueno, puede que de pequeño sí, aunque no lo recuerde, matizó. ¿Cuál es tu truco?

Le miré a los ojos, sonreí, y ... callé. - ¿Yo? - Sí, callé.

Casi un mes después, me puse a pensar que yo no uso trucos siquiera cuando me pongo, como dicen mis chicos (*), la chaqueta de "maga". Es la sencillez de la ternura lo que a modo de hierro caliente plancha esas sábanas que estiro con delicadeza, y la verdad es que jamás había reparado en esos detalles. Ahora cuando hago mi cama, que hacía años que no hacía, noto cómo se me dibuja una sonrisa. Que no me coloquen nunca la banda atravesada entre pecho y espalda no quiere decir que yo no sepa hace años que nadie podrá arrebatarme la titulación de "Miss Ternura".
Otro que se lo pierde...


(*) compañeros de trabajo...

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