miércoles, 19 de enero de 2011

Acuarelas en la piel

Mi padre no era joyero, gemólogo ni lapidario; sin embargo pulió a modo de diamante e incrustó a mi madre un amor en vena del que solo ella era merecedora.
"Nada es eterno"; por eso hoy la cuida desde el Cielo. Y creo que hasta la riega en primavera, que es cuando sus ojos florecen.

A mí me hubiera gustado que, para no dejarla tan sola, él le hubiera escrito versos como los que brotan de la guitarra y la garganta de Jorge Drexler. Para que ella los leyera y releyera como quien se acaricia ciertos tatuajes que más bien parecen dibujados en el alma. Versos como los de "Raquel... " o "Verde..." recitados directo a la niña de sus ojos. Esos que por veraces parecen siempre dilatados como los de los gatos o bajo el efecto de un colirio para uso bajo estricta vigilancia facultativa aplicado para determinados tests oftalmológicos. Sí, así son los ojos de la que me llevó en la tripa donde inicié la carrera futbolística nocturna que hoy sigo forjando para descargar el stress, y a la que más de una vez - por no reconocer lo grande que era - le metí verbalmente goles de ésos que no se pueden atajar por impetuosos, e irrespetuosos, ni en los partidos amistosos de la vida.

Yo heredé los ojos oscuros del que la prometió con el anillo que hoy envuelve mi anular; aunque dudé tener credenciales para haber recibido tal reconocimiento el día de mi boda ella lo puso ahí, me apretó la mano y luego me besó en la frente, como cuando era niña.
Se que cuando la miro, de tanto en tanto porque nos separan las olas de un gran océano lleno de tempestades, es como si la mirara él porque a ella se le empaña un poco la mirada. No se sabe por qué pero así son ciertas cuestiones de la genética. En el proceso de gestación él me tatuó, además, la necesidad de disparar al centro de la diana pero no con su voz ronca, sino con la pluma. Ella, en cambio, aportó cierta dosis de afinada, y puntiaguda delicadeza.

Como todos somos merecedores de ciertos honores, al que le toque tatuarme o me talle a la altura de las circunstancias de la vida, tengo la necesidad de decirle que puedo ofrecerle una caja llena de pinzas esterilizadas como set de herramientas. El terreno es fértil, sin restricción alguna a las estaciones del año. Mi alma no cierra por vacaciones.

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