martes, 8 de febrero de 2011

Anúdamelo bien, por favor

Hoy iba guapísima. Con su coleta al viento, acabada en un lazo celeste, a juego con el uniforme de deporte. Feliz.
Una mañana más la dejé en la puerta del cole, pero hoy yo tenía tiempo de gracia y entonces subí las escaleras con ella. A degustar un cafelito y la sonrisa sin desperdicio de ese camarero multiservicio que te aprueba la ropa, te adivina el perfume y hasta con qué pie te levantaste.

Mientras íbamos por los pasillos la piropearon dos veces por el lazo. Y yo sin mirarla me sé de memoria esas sonrisas que ella dibuja.

Cuando subí al coche, aun oliendo a café, la radio hablaba de ETA, del sida, del cáncer.
No sé por qué se me olvidó de qué color era el lazo de mi hija. Empezaron a desfilar muchos otros, de colores tan diversos como amargos. Y mientras cambiaba de tercera a cuarta en la autopista, se me borraron una a una todas las sonrisas... y mi boca me empezó a saber doble y amarga.

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